18. Cuatro estaciones en Japón - Nick Bradley
¡Hola lectores!
No sé cómo encontré este libro, pero básicamente todo lo que diga Japón o esté relacionado a este país llama mi atención inmediatamente. En "Cuatro estaciones en Japón" (2023) de Nick Bradley, seguimos dos líneas narrativas distintas y que se alternan: la de Flo y la de Kyo.
Flo es una traductora estadounidense que está viviendo su sueño en la ciudad de Tokio, aunque su vida personal y profesional están yendo cuesta abajo. Se encuentra atrapada en un bache creativo, con proyectos de traducción que nunca llegaron a publicarse, y, además, su novia la deja. En su día a día veía las preguntas que nunca se hacía el personaje pero que describen perfectamente su situación: "¿lograré encontrar ese libro perfecto que me devuelva la pasión? ¿Qué se hace después de cumplir tu mayor sueño? ¿Cuál será mi próximo paso? ¿Acaso me sigue gustando la traducción?".
Me pareció un personaje totalmente reservado y con poca inteligencia emocional, dificultades para expresarse y un miedo constante a las críticas, lo que golpea directamente su autoestima. Se percibe a sí misma como una carga, y por ello, reprime sus verdaderos sentimientos hasta que crecen como una bola de nieve que está a punto de aplastarla. Perfeccionista y autoexigente, parece haberse mimetizado con la rigurosidad de la cultura japonesa.
Deja claro que se siente más cómoda entre libros que entre personas, ya que allí, no tiene que interactuar, exponerse ni asumir responsabilidades afectivas. Se siente más cómoda entre personajes que no la cuestionan ni la obligan a tomar decisiones, y da a entender que es una de las razones por las que eligió dedicarse a la traducción. Esta forma de relacionarse le trae varios problemas a lo largo de la historia y con los que lucha constantemente.
Sin embargo,el rumbo cambia cuando encuentra un libro ambientado en Onomichi, El sonido del agua, que despierta nuevamente su pasión y hasta se convierte en una obsesión por traducirlo.
Por otro lado, tenemos a Kyo, un ronin-sei, es decir, un estudiante que ya terminó la escuela secundaria pero no logró ingresar a la universidad que deseaba (o a ninguna), por lo que pasa uno o más años preparándose para rendir nuevamente los exigentes exámenes de admisión. En este caso, a la Universidad de Medicina, como su madre.
La vida de Kyo está marcada por la ausencia, su padre se suicidó cuando él tenía apenas dos años, y su madre trabaja tanto que casi no puede compartir tiempo con él. Esto lo hace sentirse solo, un fracasado por no haber ingresado a la universidad y culpable de ser una carga y generarle inconvenientes a su madre. Aunque, tiene un gran talento para el dibujo, pero que él mismo subestima lo trata como un simple pasatiempo.
Lo atraviesan la ansiedad de ver a sus antiguos compañeros en la universidad, por lo que no quiere usar redes sociales y busca respuestas a su frustración. Respuestas que claramente no quiere enfrentar: sueña con ser mangaka, pero siente la obligación de estudiar medicina porque “debe” convertirse en alguien útil para la sociedad. Le da miedo no ser parte de la sociedad, porque ¿qué es un japonés si no cumple su rol social?
Su historia da un giro cuando se muda a Onomichi, con su abuela Ayako. Aquí vemos los constantes choques culturales y generacionales. Una mujer altamente orgullosa, estricta, marcada por las desgracias de la vida, las pérdidas de su padre, su marido, y más tarde, de su hijo. Ayako es disciplinada y estricta, con una rutina férrea que intenta implementar en su nieto. Con Kyo no quiere repetir los errores cometidos con su hijo, pero la rigidez, forjada en toda una vida de tragedias, no se desarma fácilmente. Entre ambos se generan momentos de tensión, donde deben aprender a vivir con las diferencias del otro. Muchas de estas tensiones, nacen de las acciones que Ayako hace hacia su nieto, fundamentadas en el cariño que le tiene, pero que no son las más certeras. Ambos albergan miedos y preocupaciones que no quieren ni han compartido con nadie. Demuestran ser personajes cerrados y autoexigentes, con miedo constante a fallar.
Me pareció que los personajes estaban muy bien construidos, y la narración transmite con fluidez las emociones que atraviesan. La sensibilidad con la que escribe Bradley permite al lector sentir la frustración, la impotencia y las ganas de sacudir a los personajes para que reaccionen.
Me encantó también la inclusión de palabras y frases en japonés acompañadas de su traducción inmediata, lo que aporta dinamismo a la lectura, evitando el corte que produciría remitir a una nota al pie.
Se nota el conocimiento de Bradley sobre Japón, fruto de sus años allí, y su acercamiento a la ficción nipona. Los detalles culturales, las referencias a la música, la historia o la literatura enriquecen la narración y la vuelven más vívida y empática.
Como en tantos libros sobre Japón, la tragedia está muy presente, pero tratada desde la belleza que surge de ella: el respeto por la vida, los valores, la resiliencia y la capacidad de seguir adelante.
El único punto negativo, en mi opinión, es el cierre abrupto de ambas historias. El autor dedicó mucho esfuerzo al desarrollo, pero no al desenlace. Con todo el material narrativo disponible, podría haber construido un final más sólido, en lugar de dejarlo tan abierto a las diversas interpretaciones de los lectores.
De todos modos, recomiendo darle una oportunidad a este libro, que retrata con gran sensibilidad la cultura japonesa, la cosmovisión de sus habitantes y los choques culturales inevitables con la mirada occidental. Donde nosotros diríamos “dejá de complicarlo y hacelo”, pero para ellos pesan las costumbres, la disciplina y las formas de relacionarse, que pueden resultarnos distantes o incluso irritantes. Aun así, el retrato es muy realista y profundo.
Sin más que aportar, espero que las reseñas los inviten a darle una oportunidad a ese libro que hace meses o años está juntando polvo en las estanterías.
¡Hasta la próxima lectura!
Nota: Rōnin (浪人) literalmente significa "persona errante" o "sin amo". En la historia de Japón se usaba para referirse a los samuráis que habían perdido a su señor.
----------------------------
Hi readers!
I don’t even know how I came across this book, but basically anything that says “Japan” or is somehow related to the country immediately grabs my attention. In Four Seasons in Japan (2023) by Nick Bradley, we follow two alternating storylines: Flo’s and Kyo’s.
Flo is an American translator who’s living her dream in Tokyo, although her personal and professional life are going downhill. She’s stuck in a creative rut, with translation projects that never got published, and on top of that, her girlfriend ditches her. Throughout her chapters, you can almost hear the questions she never asks out loud but that perfectly describe her situation: Will I ever find that perfect book that reignites my passion? What do you do after you’ve already achieved your biggest dream? What’s my next step? Do I even like translating anymore?
She comes across as a very reserved person, with little emotional intelligence, trouble expressing herself, and a constant fear of criticism that directly hits her self-esteem. She sees herself as a burden, repressing her feelings until they pile up like a snowball about to crush her. Perfectionist and overly demanding with herself, she almost seems to have blended into the strictness of Japanese culture.
She also makes it clear she feels more at home among books than among people—books don’t make her interact, expose herself, or deal with emotional responsibilities. Characters don’t question her or force her to make choices, which might explain why she chose to become a translator in the first place. Of course, this way of relating to the world causes her several problems along the way, and she struggles to deal with them.
Her path changes, though, when she discovers a novel set in Onomichi, The Sound of Water, which turns into a bit of an obsession to translate.
On the other hand, we meet Kyo, a rōnin-sei, meaning a student who’s finished high school but didn’t manage to get into the university he wanted (or any at all). So, he spends a year or more preparing for the next round of tough entrance exams. In his case, his goal is to enter Medical School, like his mother.
Kyo’s life has been shaped by absence: his father committed suicide when he was only two years old, and his mother works so much she barely has time for him. This makes him feel lonely, like a failure for not having gotten into college, and guilty for being a burden to her. He does, however, have a great talent for drawing manga, but he downplays it, treating it as nothing more than a hobby.
Anxiety eats away at him whenever he sees his old classmates in college, so he avoids social media altogether and keeps looking for answers to his frustration. Answers he doesn’t really want to face: he dreams of becoming a manga artist, but feels pressured to study medicine because he “has to” become someone useful to society. He’s terrified of not belonging, because what is a Japanese person if not someone who fulfills their social role?
Things take a turn when he moves to Onomichi to live with his grandmother, Ayako. This is where the cultural and generational clashes really stand out. Ayako is a proud, strict woman shaped by the hardships of her life—the loss of her father, her husband, and later, her son. Discipline is her armor, and she tries to impose her rigid routine on her grandson. With Kyo, she doesn’t want to repeat the mistakes she made with her son, but a lifetime of tragedies has forged her into someone who won’t bend easily. Their relationship is full of tension, both having to learn to coexist with the other’s differences. Many of Ayako’s actions come from love, but they’re not always the best way to reach her grandson. Both keep their fears and worries hidden, and they reveal themselves as closed-off, perfectionist characters who live in constant fear of failing.
I felt the characters were very well built, and Bradley’s storytelling flows in a way that makes their emotions hit you hard. The sensitivity in his writing makes you feel their frustration and helplessness, and at times you just want to shake them so they’ll finally react.
I also loved the inclusion of Japanese words and phrases with immediate translations. It makes the reading smoother and avoids the interruption of flipping to a footnote.
Bradley’s knowledge of Japan, thanks to his years living there, shines through. The cultural details, references to music, history, and literature enrich the story and make it more vivid and empathetic.
Like many books set in Japan, tragedy is strongly present here, but it’s handled through the beauty that can emerge from it: respect for life, values, resilience, and the ability to move forward.
The only downside for me was the abrupt ending of both storylines. The author clearly poured a lot into the development, but not into the closure. With all the material he had, he could have given us a stronger conclusion instead of leaving it so open to interpretation.
Still, I’d definitely recommend giving this book a chance. It captures Japanese culture and worldview with great sensitivity, while also showing the inevitable cultural clashes with a Western perspective. Where we’d say “don’t make it so complicated, just do it”, for them it’s about traditions, discipline, and social rules, which to us might feel distant or even frustrating. But the portrayal is realistic and nuanced.
So if you’ve got that book sitting around on your shelf, collecting dust for months or even years, maybe it’s time to pick it up.
Happy reading, and until next time!
Note: Rōnin (浪人) literally means “wandering person” or “masterless.” In Japan’s history, it referred to samurai who had lost their lord. Today, it’s used for students who haven’t yet gotten into university and are studying for another shot at the exams.


Comentarios
Publicar un comentario