5. Los años triste de Kawabata - Miguel Serdegna
¡Hola lectores!

Hoy les traigo
una reseña un poco distinta. Si bien el libro que leí no me atrapó
completamente por su historia, me pareció riquísimo en detalles sobre la
cultura japonesa, que por si no saben, es una de mis grandes pasiones. Así que
más que reseñar el argumento, voy a usarlo como excusa para hablar de los temas
que toca y que tanto me interesaron.
El libro se llama Los
años tristes de Kawabata (2020), escrito por Miguel Serdegna. Y como
sugiere el título, nos lleva a conocer a Kawabata Yasunari (1899-1972), un
autor japonés. Aclaración rápida: en Japón se escribe primero el apellido y
después el nombre, por eso “Kawabata Yasunari” en vez de “Yasunari Kawabata”.
Lo que más me impactó fue
conocer la historia personal de Kawabata. Su infancia estuvo marcada por la
muerte de sus familiares más cercanos, y a ese entorno tan doloroso él lo
llamaba “la presencia de la muerte”. Me pareció una expresión poderosa, porque
solemos pensar en la muerte como ausencia y vacío, pero él la moldea como una
presencia, una entidad corpórea. Esto se nota en sus obras, donde el
sentimiento de soledad y preocupación por la muerte impregna gran parte de la
escritura de Kawabata.
Este fue el primer japonés
en ganar el Premio Nobel de Literatura, en 1968. Al recibirlo, dijo que buscaba
“embellecer la muerte” y encontrar armonía entre el ser humano, la naturaleza y
el vacío. En su estilo se nota esa intención, donde construyó atmósferas íntimas
y poéticas, retratando los rincones más delicados del alma humana. Su último
pariente, su abuelo ciego, fue una figura clave ya que murió cuando Kawabata
tenía tan solo 15 años. Entonces, intentó conservar cada detalle de la vida de
su abuelo por el miedo constante a perderlo, en ese acto de escribirlo lograr
inmortalizarlo y buscar vencer al olvido.
Esa tensión entre lo efímero
y lo eterno está muy presente en sus textos, algo que también se relaciona con
la cosmovisión oriental. En muchas culturas asiáticas, lo eterno no es una
línea recta, sino un ciclo: todo vuelve, todo se transforma. De ahí que traten
de buscar la paz y la esperanza a través de este medio, tratando de alejar la
ansiedad que genera lo fugaz.
En sintonía con el
pensamiento budista, Kawabata sabía que para dejar de sufrir hay que dejar de
desear. Pero, curiosamente, sus personajes no pueden evitar desear. Ahí está la
belleza de su obra, en esa tensión entre la belleza y la tristeza, lo sublime y
lo doloroso. Ese sentimiento tan particular se llama mono no aware, y
refiere a la sensibilidad profunda que se despierta al percibir la belleza en
lo transitorio.
Miguel Serdegna, el cual
denota una pasión por este autor y el país nipón, dice algo que me encantó: “El
qué es el cómo”. Es decir, en Kawabata, la forma y el fondo no se pueden
separar. No se puede imaginar sus temas sin su estilo, ni su estilo sin esos
temas. Además, Serdegna reconoce que leemos a Kawabata desde otro rincón del
mundo, con nuestras propias limitaciones culturales. Oriente nos propone otros
ritmos, otras estéticas. Y quizás, dice, no hace falta entender todo para
sentir que algo nos atravesó. A veces la belleza llega antes que la
comprensión.
En el libro, el personaje principal, Facundo, encuentra en Kawabata no solo un autor, sino un maestro y un amigo, alguien que lo ayuda a resignificar su historia personal. Se siente identificado con esa búsqueda de belleza ante las circunstancias más atroces. Donde a Facundo lo llaman para comentarle el fallecimiento de su padre, con el cual había perdido contacto desde la muerte de su madre, y cómo todos los engranajes se desprenden de su sitio a partir de entonces.
Otro tema fascinante que
aparece en el libro son los kanji, los cuales son ideogramas. El japonés
incorporó estos caracteres del chino, ya que originalmente no tenía un sistema
de escritura propio. Los kanji no son simples "letras", sino
imágenes que representan ideas y conceptos. Por ejemplo, el kanji de árbol es 木 (ki) y literalmente parece un árbol.
Serdegna escribe que “los japoneses no leen la palabra árbol, sino que miran el
árbol sobre el papel”. Es decir, para ellos, un kanji vive, transmite, se
expresa.
Serdegna comenta que algunos
kanjis, aunque no se sepan leer, pueden “verse” y comprenderse por su forma.
Por ejemplo, el ideograma 本 (hon, pronunciándose jon porque la h tiene sonido en japonés)
significa “libro” y está formado por el kanji de árbol con una rayita abajo,
simbolizando un árbol cortado, convertido en papel.
¿A qué se debe lo que
menciona el autor como "aunque no se sepan leer"? Los kanjis, si uno
no lo sabe leer, no puede saber su significado, ya que los japoneses no
terminan de aprender todos los kanjis hasta su formación universitaria, por lo
que es difícil conocerlos todos y algunos pueden “verse” como menciona el
autor. Esto no solo muestra la riqueza del idioma, sino también cómo el japonés
es una lengua profundamente visual y artística. Hay incluso palabras homófonas
(que suenan igual pero significan cosas diferentes) que se distinguen
justamente a través del kanji. En el libro, se dice que “los kanji
aspiran a ser contemplados como una pintura”.
Los nombres japoneses
también usan kanji. Un ejemplo: “Yamamura” (山村), donde el primer kanji significa montaña y el
segundo villa, es decir, viene de los pueblos que vivían en las montañas y es
este legado el que se transmite generación a generación, es decir, su esencia y
su origen.
Cada ideograma tiene su
propia lectura y sentido, y dependiendo del contexto, se puede leer de forma
japonesa o china, ya que como vimos anteriormente, estos provienen de China,
por eso la doble lectura. Por ejemplo, 山 (yama, montaña) y 火 (hi, fuego, pronunciándose ji), combinados como 山火 (kazan), significan “volcán”, y su
lectura cambia. Pero en apellidos como Yamamura se mantiene la lectura original
japonesa, porque remiten a una herencia ligada a la tierra y la tradición de
Japón, demostrando su impronta de lo que nació en su propia tierra.
Todo esto me hace pensar:
¿Qué kanji representaría a cada persona? ¿Cuál sería nuestro legado
escrito? Me fascina cómo Japón busca sus raíces en estos símbolos, mientras que
Occidente muchas veces impone sus maneras y tradiciones sin intentar comprender
que hay toda una cultura milenaria distinta a la nuestra. En la historia de
Japón esto se ve claro, sobre todo en el periodo del Shogunato Tokugawa, cuando
el país decidió cerrarse al mundo durante 200 años. Si les interesa, los invito
a leer sobre esta interesantísima parte de la historia de Oriente, ya que en el
colegio no es algo que se enseñe. Además, pueden ver las tensiones iniciales,
previas al estallido de la guerra de Japón contra España y Portugal, en la
serie de Netflix Shogun. La cual retrata de una forma exquisita la
ideosincrasia japonesa, sus vestimentas de la época y puede que sea un poco
complicada de entender si no conoce sobre su cultura.
Otra cosa que me llamó la
atención del libro es que el autor se sorprende ante la naturalidad con la que
los japoneses se toman los desastres naturales, y sin embargo, siempre
encuentran la forma de salir adelante. Aquí les dejo el porqué, la respuesta es
la religión sintoísta. En ella existen distintos kami, que no son
"dioses" en el sentido oriental, sino espíritus o fuerzas sagradas
que habitan en todas las cosas: montañas, ríos, árboles, el sol, animales...
incluso personas o ancestros. Es decir, son presencias espirituales. El
sintoísmo no se trata de seguir mandamientos o doctrinas rígidas, sino de vivir
en armonía con los kami y con la naturaleza.
Y un dato muy curioso que se
menciona es que Japón es el único país del mundo con una constitución
pacifista. Tras la Segunda Guerra Mundial, renunciaron formalmente a la
guerra como derecho soberano y prohíbe resolver las disputas internacionales a
través del uso de la violencia. Me parece impresionante cómo incluso en su
política reflejan una voluntad de paz, luego de semejante desastre bélico ¿no?
No digo que sean ningunos santos, solo admiro su actitud posterior.
Como crítica muy menor, a
veces Serdegna no traduce algunas palabras en inglés o japonés, lo que puede
interrumpir un poco la lectura si no conocés esos idiomas. Pero al mismo
tiempo, eso también es parte de la esencia del libro, sumergirte en ese
universo sin explicarlo todo.
Espero haber podido
transmitirles un poco de la pasión que me despierta Japón. Si llegaron hasta
acá, gracias por acompañarme en esta reseña tan particular. ¡Hasta la próxima
lectura!
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Hello, readers!
Today I bring you a slightly different kind of review. While the book I
read didn’t fully capture me with its story, I found it incredibly rich in
details about Japanese culture—which, if you didn’t know, is one of my greatest
passions. So instead of focusing too much on the plot, I’m going to use the
book as a starting point to dive into some of the themes it touches on that
really caught my interest.
The book is Los años tristes de Kawabata (2020),
written by Miguel Serdegna. As the title suggests, it brings us closer to the
life and work of Kawabata Yasunari (1899–1972), a Japanese author. Quick note:
in Japan, they write the family name first and the given name after—so it’s
“Kawabata Yasunari” rather than “Yasunari Kawabata.”
What impacted me
most was learning about Kawabata’s personal story. His childhood was marked by
the death of his closest relatives, a tragic environment he referred to as “the
presence of death.” I found this expression powerful—we usually think of death
as absence, as a void, but he saw it as a presence, a tangible entity. This
perspective flows through his work, where themes of loneliness and an awareness
of death run deep.
Kawabata was the
first Japanese author to win the Nobel Prize in Literature, in 1968. When
receiving it, he stated that his goal was to “beautify death” and to seek
harmony between humanity, nature, and emptiness. His writing style clearly
reflects this aim, creating intimate and poetic atmospheres that explore the
deepest corners of the human soul.
His blind
grandfather, the last remaining relative he had during his youth, played a key
role in his life and imagination. Kawabata tried to preserve every detail of
his grandfather’s life in writing, in a desperate attempt to hold onto those
memories and overcome the fear of forgetting. His grandfather passed away when
Kawabata was just 15.
This tension
between the fleeting and the eternal is a strong current in his
writing—something deeply tied to Eastern worldviews. In many Asian cultures,
eternity isn’t linear, but cyclical: everything returns, everything transforms.
That idea brings peace and hope, as a way to quiet the anxiety caused by
impermanence.
In line with
Buddhist thought, Kawabata believed that to stop suffering, one must stop
desiring. Yet, ironically, his characters are unable to stop desiring. That’s
the beauty of his work—this constant tension between beauty and sorrow, between
the sublime and the painful. That deeply moving feeling has a name in
Japanese: mono no aware, which refers to the sensitivity awakened
by the awareness of impermanence and fleeting beauty.
Miguel Serdegna,
who clearly has a deep love for this author and for Japan, says something I
loved: “The what is the how.” In other words, with Kawabata,
content and form are inseparable. You can’t imagine his themes without his
style, or his style without those themes.
Serdegna also
acknowledges that we approach Kawabata’s literature from a different part of
the world, with our own cultural limits. The East offers different rhythms,
different aesthetics. And maybe, as he says, we don’t have to understand
everything in order to feel something has moved us. Sometimes beauty comes
before comprehension.
In the book, the
main character, Facundo, sees Kawabata not just as an author, but as a mentor
and friend—someone who helps him find new meaning in his personal story. He
identifies with that search for beauty even in the most horrific of
circumstances.
Another
fascinating topic that comes up in the book is kanji, which are
ideograms. The Japanese language adopted these characters from Chinese, since
it originally had no writing system of its own. Kanji aren’t just
letters—they’re images representing concepts and ideas. For example, the kanji
for “tree” is 木 (ki), and it literally looks like a tree.
Serdegna writes
that “Japanese people don’t read the word tree, they see the
tree on the page.” For them, a kanji is alive—it speaks, it gestures, it
expresses something. He mentions that even if you don’t know how to read a
kanji, you might still “see” and understand it based on its form.
For instance, the
ideogram 本 (hon, pronounced like “jon” since the ‘h’
has a sound in Japanese) means “book.” It’s the tree kanji with a little line
at the bottom, symbolizing a cut tree—transformed into paper, and then into
books.
Why is this
important? Because even many Japanese people don’t know all the kanji. They
don’t finish learning them until university, and some kanji are hard to read
unless you already know them. This is what makes Japanese a highly visual and
artistic language. There are even homophones—words that sound the same but have
different meanings—that are distinguished through their kanji. As Serdegna puts
it, “kanji aspire to be contemplated like a painting.”
Japanese names are
also written using kanji. Take the surname “Yamamura” (山村): the
first character means “mountain” and the second “village.” So the name evokes a
village in the mountains, passing down that legacy through generations—carrying
its origin and essence.
Each kanji has
different possible readings—some native Japanese, some from Chinese—and the
pronunciation depends on the context. For example, 山 (yama,
mountain) and 火 (hi, fire) come together as 山火 (kazan),
meaning “volcano,” and the reading changes. But in surnames like Yamamura, the
traditional Japanese reading stays, because it reflects something deeply rooted
in the land and culture.
All of this makes
me wonder—what kanji would represent each of us? What legacy would we carry in
writing? I love how Japan explores its roots through these symbols, while in
the West we often just try to impose our ways without understanding the
richness of other traditions.
You can see this
in Japanese history—especially during the Tokugawa Shogunate, when Japan chose
to isolate itself from the world for 200 years. If you’re curious, I highly
recommend looking into that period. They briefly show the build-up to Japan’s
clash with European powers in the Netflix series Shogun, which
beautifully captures Japanese thought, traditional clothing, and cultural
depth—though it may be a bit complex if you’re not already familiar with their
culture.
Another thing that
stood out to me in the book was how Japanese people respond to natural
disasters. Despite facing them constantly, they always find ways to recover and
rebuild. The reason for this, I believe, lies in their religion: Shintoism.
In Shinto belief,
there are many kami—not “gods” in the Western sense, but sacred
spirits or forces that dwell in everything: mountains, rivers, trees, the sun,
animals… even people and ancestors. These are spiritual presences. Shintoism
isn’t about following strict commandments; it’s about living in harmony with
nature and the kami.
And here’s a
fascinating fact: Japan is the only country in the world with a pacifist
constitution. After WWII, they formally renounced war as a sovereign right, and
their constitution prohibits resolving international conflicts through
violence. I find that incredible—how even their politics reflect a desire for
peace after such a devastating war. Not saying they’re perfect, but I truly
admire their post-war stance.
If I had one tiny
criticism, it’s that sometimes Serdegna doesn’t translate some Japanese or
English words, so if you don’t know those languages, you might need to pause
your reading to look them up. But honestly, that also feels like part of the
book’s charm—inviting you to immerse yourself in that world without explaining
every little thing.
I hope I was able
to share a little of my passion for Japan with you. If you’ve read this
far—thank you for joining me in this rather unusual review. Until the next read!
Agos! No he leído la obra, me gustó la reseña, y ya que está dejó de nuevo más preguntas, y ninguna respuesta.
ResponderEliminarKawabata señala que para dejar de sufrir hay que dejar de desear, pero en sus obras, el deseo aparece mucho según contas. ¿Es una incoherencia, una crítica o una expresión sincera de la condición humana?
Sin deseo no hay literatura, no hay libro no hay muchas cosas, parece un testimonio honesto de la condición humana: saber algo con la cabeza, pero sentir lo contrario con el corazón. Pero no sé nada de la obra.
¿Es posible conmoverse con una obra sin comprenderla completamente?
En Occidente, solemos ver la muerte como tragedia, ruptura o final. ¿Qué implica esta otra mirada? ¿Qué riesgos tiene embellecer algo como la muerte?
Por último me gustó mucho lo del sistema Kanji porque la forma en que está construido un idioma puede influir en cómo una cultura percibe el mundo, y los japoneses crearon más que un simple lenguaje, es arte, historia y no solo es leer sino también es un poco contemplar! Gracias por compartir la reseña
Hola Marce! Gracias por tus preguntas.
EliminarSinceramente creo que Kawabata trata de evitar el deseo para dejar de sufrir, pero que no puede lograr del todo. Ya que como bien decís, sin deseo no habría nada. Siempre estamos en busca de algo, de eso que nos falta, es una condición inherente al ser humano (en mi opinión).
Yo creo que para poder conmoverse con una obra, alguna fibra sensible tiene que tocar. En el sentido de que si amas a los animales y el autor describe un asesinato cruel de un perro, va a mover varias fichas dentro tuyo. Por eso creo que cada uno puede tener una interpretación distinta e igual conmoverse, pero si no logras comprender el punto central del autor me parece que te va a traer más preguntas que respuestas. Eso puede que te mueva a conseguirlas y tratar de arrojar un poco de claridad al asunto o simplemente podes dejarlo pasar como una ecuación sin resolver.
Hay ejemplos que embellecen la muerte en Occidente, como por ejemplo, México. Donde la ven con una mezcla de respeto y familiaridad. Un ritual donde ellos creen que si conmemoran a sus muertos caerán en la tierra de los olvidados y desaparecerán para siempre, siendo común el uso de altares con fotografías de difuntos familiares. Esta actitud se refleja especialmente en celebraciones como el Día de Muertos, donde se honra a los difuntos con ofrendas, flores, comida, calaveras decoradas y altares coloridos. Se cree que durante esos días (1 y 2 de noviembre) los espíritus de los seres queridos regresan para convivir con sus familias.
Esta forma de ver la muerte como parte natural de la vida tiene raíces en las cosmovisiones prehispánicas, en las que la muerte no era un final, sino una transformación o un tránsito hacia otro plano.
Y yendo a tu último punto, sí, escribir en japonés es un arte. Actualmente se estudia como shodo, que es el arte de la escritura y donde cada ritual que hacen es meticulosamente medido y estudiado, como la ceremonia del té o la decoración floral.
Gracias nuevamente por comentar!
Error de tipeo en el comentario anterior, "un ritual donde ellos creen que si NO conmemoran a sus muertos caerán en la tierra de los olvidados y desaparecerán para siempre, siendo común el uso de altares con fotografías de difuntos familiares."
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